RUSIA CON RAINER, la Ítaca de Lou Andreas-Salomé

Lou Andreas Salomé
El retorno al pasado bien puede -debe- pasar por la revisitación de los lugares donde éste transcurrió o pudo transcurrir: memoria de un tiempo y un espacio disuelto y fragmentario, realidad en sí misma con sus propias características, no necesariamente coincidente con la realidad de lo real tal y como damos por sentado que ésta es. Memoria que se expresa en la repetición de lo igual no idéntico, memoria de bordes difusos y piezas móviles, siempre prestas a intercambiar lugares, a integrarse en  nuevas relaciones, a variar de dimensiones y, ante todo, a formar sentidos. Y uno de los despliegues de la memoria es precisamente el del viaje, el viaje extático, interior tanto como exterior, donde el ethos se pone en juego a sí mismo y a todo aquello que arrastra cabe sí. La eterna odisea de la memoria.

Que Lou Andreas-Salomé es una personalidad singularmente atractiva para infinidad de estudiosos más o menos curiosos y diletantes de la actualidad parece algo evidente. De ahí la repetición de lugares comunes: su relación con Nietzsche, Rilke o Freud; su singular vida personal y ciertos detalles de su biografía, de su -entiéndase como se entienda- vida privada; su obra escrita; su vinculación con el psicoanálisis; las lecturas más o menos, digamos, feministas, etc. El ruido de fondo, los atajos que van a permitir obviar el paso que parecería más obvio, o al menos contaminarlo lo suficiente para cegarnos en las aguas turbias del prejuicio: la lectura. La lectura simple y directa de lo que nos dejó escrito. La voz.

El viaje de Lou-Andreas Salomé va sembrando, a vuelapluma, descripciones y comentarios de todo aquello y todos aquellos que van surgiendo al encuentro, estrato sobre estrato del que la arqueología de la memoria va dejando constancia, anotándose sobre un cuaderno de campo a partir del cual se van esbozando, más que hipótesis o teorías, auténticas iluminaciones, súbitos arrebatos de lucidez. Es inevitable pararse a la escucha en silencio y desarmando la réplica, pues no debe herirse esa voz que, zigzagueando entre los pliegues de su exterioridad más profunda, se expone en un rostro de una vulnerabilidad solícita y exigente. La confesión de Lou acerca de todo aquello que brota a través de las fisuras del tiempo abiertas por el reencuentro con el mismo espacio -y nunca el mismo- nos hace sus guardianes. Preservar Ítaca para que nunca sea la misma, mudar de voz para que siempre repita el más largo de los caminos.

(Texto escrito en 2011).

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