Magical Girl. Espiral. Violencia

Magical Girl - Carlos Vermut - póster
Propongamos las siguientes hipótesis:

1- Existirían al menos dos tipos de violencia según su escala temporal o su posibilidad. Una violencia potencial, identificable en un determinado estado de cosas (tanto objetivo como subjetivo, pero siempre desde el punto de vista de lo humano) que contendría, in nuce, desarrollos prestos a actualizarse en forma destructiva, lo cual se produciría, dado el caso, en forma del segundo tipo de violencia, la violencia actual o cinética. Los cálculos racionales necesarios para prever los desarrollos de estados de cosas presentes e identificar los posibles puntos de violencia potencial se verían condicionados por la doble condición de lo humano, racional/ irracional o, de otro modo, las pasiones (aquella pasividad que no siempre puede ser domeñada por el control activo del cálculo racional) hacen invisibles, indiferentes, incluso deseables, aquellos puntos críticos que se encontrarían prestos a estallar en forma de violencia cinética.

2- El ser humano no es, sino hace. O bien, lo que el ser humano es es algo que escapa a su propia comprensión, con lo que sólo podría atenderse a lo que el ser humano hace. Y lo que el ser humano hace, al no saber lo que se es, no es algo que pueda calcularse sino de forma más bien inmediata y relativamente limitada, y esto aun cuando pudiera hacerse.

Aceptando lo anterior se desprendería el siguiente corolario:

3- No existirían las personas moralmente buenas o moralmente malas a priori, sino los actos moralmente buenos o moralmente malos. No podríamos decir que una persona es buena o mala, sino, en todo caso, que sus actos lo son o no. Los actos, por lo demás, serían más o menos independientes de las intenciones, de los actos de voluntad mediados por cálculos racionales, ya que, como se ha supuesto, el concurso de las pasiones introduciría un elemento impredecible en dichos cálculos, dificultando la identificación de estados de cosas cargados de violencia potencial, haciéndolos, como se ha dicho, invisibles, indiferentes y/ o deseables.

Las diferentes narrativas humanas (cine, literatura, cómic, teatro, etc.) han representado, en ocasiones, la ejemplificación de la argumentación recién expuesta. Así, en Irreversible (Gaspar Noé, 2002), la espiral de la violencia es mostrada, merced al montaje, primero como cinética y sólo después como potencial, esto es, primero en sus consecuencias y luego en sus causas. Los protagonistas de dicha violencia ven alterados sus papeles: el inocente (el aparentemente pacífico, burgués, normal personaje interpretado por Albert Dupontel) comete un crimen de forma brutal, con el agravante de violencia desviada (encontramos al culpable al que pretendería estar castigando contemplando extasiado la escena). El personaje interpretado por Monica Bellucci -del que sabremos al final que estaba embarazada- no puede prever que una simple discusión con su pareja le hace tomar una decisión que se revelará fatal. Dicha pareja -Vincent Cassel- descargará su sentimiento de culpa en forma de una búsqueda sin sentido en búsqueda de un sujeto donde desviar su propia culpabilidad, error cuyas consecuencias asumirán principalmente otros, y desde luego no el auténtico culpable. Las situaciones van cargándose de violencia potencial sin que sus víctimas y verdugos puedan hacer nada por evitar las descargas cinéticas a las que se verán conducidos. La voluntad, el cálculo, se muestra impotente ante la ceguera de una violencia que, una vez instalada, no hace sino arrojar sus dardos de un modo que se antoja tan azaroso como inevitable. El montaje inverso muestra, además, que la irreversibilidad del tiempo no permite las correcciones, las reparaciones, una vez que la espiral ha absorbido a sus protagonistas y ha consumado su ciclo.

Crimen y castigo, de Dostoyevski, propone otra variante: la de la violencia potencial reflejada en el propio cálculo racional, el crimen como fruto de ese cálculo al que, ejemplarmente, otorgaríamos precisamente la función de evitarlo. De nuevo, la impotencia de la voluntad consciente para ordenar los estados de cosas según los intereses del yo de una forma lineal y asegurada se muestra en toda su miseria. En la esencia humana se encuentra la carencia de esencia y su subordinación a poderes que nos son desconocidos. El ser es ajeno a lo humano. Lo humano no sería más que una cáscara de nuez arrojada al maelstrom de las potencias del deseo de ser.

Vamos con Magical Girl (Carlos Vermut, 2014). Tenemos a un padre (el personaje interpretado por Luis Bermejo), aparentemente normal, honrado, o al menos transmitiendo esa impresión (la charla con la dueña del bar, por ejemplo, da fe de ello), cuya hija (Lucía Pollán) tiene leucemia. Y ese padre, que se encuentra sin trabajo y en una delicada situación económica, pretende satisfacer uno de los íntimos deseos de su hija enferma antes del predecible desenlace: comprarle un vestido de Magical Girl, un objeto cuyo precio, sin embargo, está totalmente fuera de su alcance. El destino, por así decir, le coloca en una situación en la que se le presenta la oportunidad de chantajear a alguien. Cegado por el deseo de satisfacer un deseo (y podría ser interesante indagar en sus motivaciones reales, en aquellas que permanecen ocultas para el propio actor), pone en marcha dicho chantaje y, con ello, inicia los envolventes de una espiral cuyos brazos se extenderán hacia agentes y pacientes propios y ajenos a la trama e, inevitablemente, irreversiblemente, da lugar a las explosiones de violencia cinética que, reteniendo su marco final, sólo podremos calificar, a falta de palabras, de drama. Drama, en tanto que aquello que ocurre, ocurre de forma ajena a sus actores, sujetos que carecen del control no ya de su destino, sino de aquello que ellos son.

Por otra parte, un profesor con un oscuro pasado (interpretado por José Sacristán) es, en la cinta, un personaje esencialmente ambivalente. Consciente de sus impulsos, trata de seguir con su existencia de un modo recluido, dejando que el mundo del trabajo (el mundo de las acciones encadenadas hacia una finalidad real o subliminalmente productivas, mundo hasta cierto punto común con el resto de seres vivos, mundo aparte de ese otro mundo donde mora lo erótico, lo místico, lo ético y lo estético) absorba lo que queda de su tiempo, tiempo al que tan sólo le queda consumirse. Nos es mostrado con su voluntad consciente haciendo constantes esfuerzos por mantenerse apartado de aquello que causó su ruina, solitario y ocupado en tareas inofensivas, pero precisamente porque no ignora ese otro lado. Ahora bien, de su pasado queda una persona que, en su momento, fue la puerta a ese otro mundo donde los actos se consumen a sí mismos en una espiral de fuerzas ciegas e improductivas, persona que, como veremos, no ha dejado de ejercer su ascendente y que será el avatar de la destrucción final.
Renée Falconetti, La passion de Jeanne D'Arc, Carl Theodor Dreyer; Bárbara Lennie, Magical Girl, Carlos Vermut
Renée Falconetti en La passion de Jeanne D'Arc, Carl Theodor Dreyer; Bárbara Lennie en Magical Girl, Carlos Vermut
Dicho avatar es el personaje al que da vida Bárbara Lennie. Alguien a quien vemos, simultáneamente e indistintamente, en el papel de víctima y en el de verdugo. De un comportamiento juzgable con facilidad de desequilibrado, los retazos de su pasado que la cinta, con inteligencia, va sugiriendo de forma fragmentaria podrían ser interpretados tanto como causa como consecuencia de dicho desequilibrio en el proceso adaptativo de su sistema nervioso a los requerimientos sociales del contexto que le ha tocado en suerte. Y, más allá de adecuaciones más o menos socio-materialistas, es tentador ocuparse del personaje en tanto que la Madre Terrible que es uno de los dos rostros jánicos de la figura femenina de la Diosa Madre en las teorías más o menos idealistas, más o menos del arquetipo, de la Mujer. Ahora bien, si es Madre Terrible no es menos Madre Bondadosa; si tumba, también útero, por lo que, si heraldo de muerte, también de vida. Consideremos los impulsos nada disimuladamente eróticos que guían al personaje de Sacristán respecto al de Lennie, y cómo estos son sublimados, como puede ocurrir con cierta facilidad, en tanáticos. La identidad de creación y destrucción se muestra, una vez más, sin excesivos velos. La película comienza y acaba con sendos juegos de manos que implican la desaparición de un objeto: inmersiones en la nada que inician y dan conclusión a una historia en la que el crimen, la muerte y la destrucción no son menos protagonistas que el amor, todo lo desviado, patológico, sublimado, terrible que se quiera, pero amor al cabo.

Imagen superior: cartel de la película Magical Girl (Carlos Vermut, 2014). Inferior: montaje con sendos fotogramas de La passion de Jeanne D'Arc, de Carl Th. Dreyer, y Magical Girl, Carlos Vermut.

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