Escargotesque or, What is Experience?, de M. H. Bowker

Escargotesque, or, What is Experience? M. H. Bowker
"Cuando comienzas a atisbar la recuperación, esperas que el haber estado cerca de la muerte, o haber creído erróneamente que estabas cerca de la muerte, te iluminará sobre el sentido o sinsentido de la vida, inscribirá sobre tu cuerpo una beneficiosa bendición que te liberará del ennui cotidiano: una ilusión. (...) En vez de eso, algo dentro de ti se ha colapsado, silenciosamente, como un caracol separado de su concha." (Pp. 6-7).

Bowker comenta a Kierkegaard. La experiencia es un conjunto de posibilidades potencialmente infinitas; el hombre enfrentado a esa infinitud no podrá dejar de sentir ansiedad. El ansia. Bowker lee esta ansiedad como una especie de mecanismo de autodefensa, que vendría a limitar las posibilidades inmanejables, inabarcables, indecidibles de la experiencia. Ahora bien, el ser humano cuenta desde el principio con una importante limitación: la de cambiar el pasado. La consecuencia es que, para obrar, para ser, se debe aceptar lo que uno ha obrado, ha sido (también en un sentido pasivo: lo que se nos ha hecho, lo que nos han forzado a ser) y ésta es, por descontado, una de las claves de las terapias psicológicas y del propio desarrollo personal en la mayoría de enfoques comúnmente aceptados. Y esta aceptación tendría como finalidad la de reducir la propia ansiedad, desbordada la experiencia por una rama de posibilidades infinitas hacia el futuro, y la posibilidad cero sobre el pasado. La aceptación, sin embargo, conduciría, en Kierkegaard, a la indiferencia.

A partir de Bukowski y Montaigne, Bowker señala cómo la experiencia, en su sentido de padecimiento físico, es algo que no sólo debe ser soportado, sino a lo que la voluntad debiera disponerse. Para ello habría que controlar el pensamiento, prevenirse contra sus modos, los cuales tenderían a forjar la realidad según sus propias premisas, y no frente a lo que las cosas mismas hacen imperar; en ello abundan ciertas ideas de Ralph Waldo Emerson. La experiencia curte, endurece, y, siempre según Bowker, para estos autores debe marcar nuestros cuerpos "como si estuvieran hechos de cera", sin lugar para el cuestionamiento de lo que la experiencia moldea sobre nosotros.

Habría dos grados extremos de la experiencia: por un lado, aquella experiencia "inconsciente", que pasaría mayormente desapercibida para la mente y que tal vez sólo con un esfuerzo de la voluntad podríamos llegar a aprehender, de ser esto posible. Por el otro, la experiencia traumática que bien podría considerarse absolutamente anuladora de la conciencia aprehensiva y, por tanto, imposible como experiencia. en tanto que vivida por la conciencia que aprehende experiencias y reflexiona sobre las mismas, o bien, precisamente por tal capacidad anuladora, pura experiencia despojada del pensamiento sobre la misma, experiencia, podría decirse, en sí.

Bowker plantea un dilema relacionado con la experiencia de resonancias kantianas. Si se pretende que la experiencia sea una vía de acceso a la verdad despojada de las categorías de la mente racional, no se podrá dejar de admitir que cualquier experiencia parte, como condición de posibilidad de la misma, de ciertas categorías que son, precisamente, las que se pretendería eliminar ("espacio, entorno, cuerpo"). Es más, de poder alcanzar una experiencia "pura", desnuda, despojada de aquello que el pensamiento categorizador -logos- añadiría-condicionaría sobre la misma, el resultado no dejaría de ser algo ajeno al logos y, por tanto, inútil para éste (sería impensable, incomunicable). Ahora bien, según entiende Bowker, el postmodernismo sería significativo de una tendencia contra-racional, irracionalista, que se apoyaría en la experiencia extrema, traumática, como modelo de aquello capaz de liberar al individuo de los corsés y ataduras de un pensamiento positivo, ilustrado, acercando al ser humano a la vida no limitada por semejante paradigma racionalista, y abriéndolo al mundo, al otro, a Dios, a la verdad.

[Comentando a Platón, Bowker escribe -en dos ocasiones- Politiea, refiriéndose al título griego de La República, Πολιτεία; la transcripción correcta es Politeia].

La experiencia traumática, de acuerdo a diversos autores, liberaría de las notas de la subjetividad al individuo, objetivándolo, ya que la experiencia traumática sería aquello que no puede ser poseído, comprehendido por el sujeto, alienándolo de la misma y llevándolo más allá de "las cargas de la subjetividad, identidad, humanidad." Ahora bien, remarca Bowker, quizá estas "fantasías de la experiencia pura y el trauma" lo que pretendan, después de todo, es hacernos olvidar el hecho de que somos, en buena parte de los casos, los que nos "inflingimos la experiencia sobre nosotros mismos".

La divinidad y la exterioridad. Lo divino como un afuera que no puede ser aprehendido, pero tampoco soslayado. Lo que es común con la muerte: un afuera que quisiera tratar de ser experimentado en vida como fuente de sentido. Divinidad y muerte son los afuera, los más allá del límite a lo que, sin embargo, se tendería como forma de trascender el más aquí de la vida y el ser finito. Los modos de exposición a la muerte son múltiples, violentos o no, pasivos o no, y las experiencias en las que se bordea ese límite aparentemente infranqueable son, si pensables hasta cierto punto, inasumibles a partir de él. Por más que la violencia -real o sublimada- en las que uno se pone a prueba en la muerte sea atractiva, fascinante, su promesa de ir más allá es, para Bowker, "una mentira"; ni siquiera en los mayores genocidios o en las más retorcidas crueldades se consigue trascender el límite [v. Saló, de Pasolini, respecto a las crueldades hacia el Otro; Tempestades de acero de Jünger en el ponerse a prueba uno mismo frente a la muerte]. Pese al fracaso de facto de las tentativas, para Bowker la exposición, propia y/o ajena, entregaría con todo un "facsímil, una especie de pobre sustituto para la externalidad que buscamos".

Debía llegar el momento de comentar a Bataille. Bowker se centra en una parte de L'expérience intérieure en las que juega con los conceptos de suplicio y súplica ante el poder de la ruptura del sí mismo ante el dominio del otro; la partida de la soberanía batailleana, éxtasis mezcla de alegría y dolor desbordantes, desborde que se produce precisamente en dirección hacia la exterioridad de ese poder externo del otro que domina sobre uno. De nuevo, para Bowker, Bataille expresaría una fantasía: la de que los actos de violencia sobre uno mismo y los demás abrirían una soberanía de un tipo nuevo y ya no centrada en el individuo, sino sobre la comunidad, donde crearía una conexión en "la forma más pura", ya que el individuo, absolutamente "vulnerable, incapacitado, y desligado"  negaría la posibilidad de recibir daño alguno. A lo que Bowker contesta: "¿Qué daño quedaría para hacer?" Sigue el ejemplo del film The Human Centipede, donde tres seres humanos son soldados de tal modo que forman un solo tracto digestivo común, una secuencia que deshumaniza a los sujetos del experimento para convertirlos en corporalidad pura, es más, en función fisiológica pura; Bowker destaca cómo lo más inquietante del film se encuentra en una palabra clave del título: humano.

Referencia a R. D. Laing y el modo cómo, en éste, las posibilidades de la experiencia se conjugan en permutaciones expandidas y circulares. Experiencia privada, experiencia pública: ¿puede compartirse, en verdad, la experiencia? O, ¿podemos tener experiencias realmente privadas, no construidas públicamente? Bowker marca la alternativa de la experiencia entre o el yo o el grupo, la comunidad. La introducción de la intersubjetividad remite a la fenomenología, y así lo hace Bowker. Para Husserl, Heidegger o Merleau-Ponty el experimentar conduciría directamente a -y sostendría- la experiencia "en nominativo y acusativo", esto es, no habría una experiencia intransitiva, sin un objeto en y para sí, por así decirlo: la experiencia sería experiencia de alguien y de algo. El modo en el que nos relacionamos con los objetos de la experiencia sería, así, lo que propiamente llamaríamos "experiencia".

Psicoanalistas y antipsiquiatras tendrían, a su vez, dos modos distintos de considerar, en particular, los conflictos generados en la experiencia interpersonal. Los primeros pondrían el centro en deseos inconscientes del individuo que aflorarían de forma más o menos crítica en determinadas circunstancias, mientras que los segundos juzgarían que los momentos críticos en las relaciones intersubjetivas vendrían por el conocimiento intuitivo, puntualmente exacerbado, de los peligros, por así decir, objetivos en dichas relaciones.

Entre las diversas reflexiones apoyadas en lecturas, entrelazadas, hay crónicas episódicas de diversas experiencias del autor, principalmente centradas en su estancia en Benin. La búsqueda de una experiencia singular en Benin. Una experiencia distinta de la estandarizada experiencia de la clase media occidental, acomodaticia, neutra. ¿Hay una finalidad de la experiencia? ¿Puede la experiencia producir un cambio cualitativo en la persona que le conduzca a un estado de, por así llamarlo, plenitud? ¿Es, en todo caso, el camino de esa búsqueda aquello que no debemos sino transitar independientemente de una meta que, en último término, sólo puede ser la muerte? ¿O no encontraremos, tras mucho vagar, más que la eterna frustración de la que sólo podemos escapar adentrándonos más en ella, sin posibilidad de salida? Cuando menos, se presentan alternativas. Que éstas sean o o libres, sean o no reales, únicas o tan sólo una parte de las mismas, determinantes o fútiles, no es algo que una lectura nos permita decidir.

Escargotesque está publicado por Punctum Books. La imagen está extraída de su web.

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