Emmanuel Levinas, lo femenino, tres opciones, violencia

Emmanuel Levinas

Dice Emmanuel Levinas en Totalidad e infinito (Salamanca: Sígueme, 2002, p. 169):

El recibimiento del rostro, de entrada pacífico porque responde al Deseo inextinguible de lo Infinito y del cual la guerra sólo es una posibilidad -y de ninguna manera condición- se produce, de un modo original, en la dulzura del rostro femenino, en el que el ser separado puede recogerse y gracias al cual habita, y en su morada lleva a cabo la separación. La habitación y la intimidad de la morada que hace posible la separación del ser humano, supone así una primera revelación del Otro.
No es necesario insistir en la importancia que, en el esquema de Totalidad e infinito, tiene el rostro. Y, por lo que este fragmento -y aun otros que podrían citarse del libro- apunta, lo femenino también juega un papel relevante. Lo femenino como figura, en ese estatus que siempre debería resultarnos extraño dentro de un marco expositivo al que estamos tentados de llamar fenomenológico, pero que sin duda tiene su propia particularidad. Surge una cuestión planteada y planteable en otros muchos lugares: si la figura, la figura filosófica, cuando adquiere un nombre plástico y concreto, reconocible por más que sus notas resuenen enigmáticas, es equiparable de modo justificado a su homónimo en el habla corriente, cotidiana. Incluso en el habla académica, el habla política, el habla ideológica, o cualesquiera otro hablar especializado. ¿Pueden establecerse analogías? Podríamos pensar que sí, puesto que en caso contrario el uso de un nombre común para determinar la figura sin que esto nos permitiese siquiera establecer puentes, similitudes, entre ambas, la figura y su nombre, parecería llevarnos a la mera abstracción, a la vacuidad impotente, pues ¿de qué estaríamos hablando? Por lo demás, a la fuerza ha de resultar tentador el adoptar ciertas figuras filosóficas y su despliegue para arrimar el ascua a la propia sardina, y "encontrar" un sentido ideológico, político, pragmático de conveniencia con la esquematicidad propia y previa. Podría aprobarse, sin embargo, este tipo de proceder teniendo en cuenta que, cuando se utiliza el nombre, la obra y las figuras de un filósofo, no es tanto a éste al que se alude como, justamente, a la lectura realizada por el o la comentarista o intérprete, con lo que no es tanto a aquel a quien se refiere, cuanto al propio entendimiento, a la propia lectura del lector o lectora. Ahora bien, aparte de no poder evitarse cierta indignación al ver asociado un nombre a ideas que le son atribuidas de modo parcial, reductivo, descontextualizado, etcétera -no hay lectura que escape a ello, en eso mismo está su esencia de lectura, y aún podríamos llevar el caso al tribunal de la propia escritura original-, en ocasiones, por más que se haya tomado la prevención mencionada, precisamente la simplificación, la reducción, la tergiversación, no resultan tan erróneas por sí mismas, sino en tanto que forman una base de partida que fuerza la pobreza, la inadecuación de las conclusiones. Partiendo de una caricatura resulta complejo trascenderla.

No, la figura filosófica, aquí, lo femenino, debe merecer otro tipo de tratamiento. Y decimos "debe" no en un sentido normativo, sino como mera hipótesis. En un primer momento estaremos tentados, sin duda, de afirmar que "lo femenino" se refiere a la mujer, a la mujer biológica, social, concreta. Una lectura cuidadosa nos lleva a un rápido desengaño. Quizá el acercamiento más adecuado pasaría por uno hasta cierto punto similar al que dedicaríamos a la literatura, al arte. La Gioconda representa a una mujer; resuena la obviedad. Pero el cuadro no sería lo que es si nos quedásemos en esto. No, habría que mantener abierta una cierta separación frente a lo más inmediato, abrir un espacio de cuestionamiento y dejar que los enigmas que la obra sea capaz de dejar atravesar -la línea entre la representación y ese fondo de pensamiento- ejerzan su atracción, su descentramiento y su llamado. Llamado que no alcanza a todos, por lo demás, y negativa que responde en ocasiones con la violencia del que no quiere ser arrastrado fuera de su mundo de certezas inmediatas y a pie de su "realismo" vital. Entre la figura filosófica leída desde la interpelación de su enigma de pensamiento, su desfiguración ideológica y su caricatura "realista" se abren, así pues, como mínimo tres posibilidades. El hecho de que haya más de una es la "ampliación del campo de batalla" y la generosidad cuya contrapartida es la violencia.

Imagen de Bracha L. Ettinger, bajo licencia CC. Fuente.

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